Aquél día, el 26 de junio de 1975, le ayudé a Misa. Y era maravilloso ver la piedad con que se acercaba a ese momento que era el momento álgido, cumbre, de su jornada. Celebró la misa de la Virgen, que aquel día se podía celebrar. Después salimos en coche hacia un centro interregional para las mujeres, y estuvo hablando con ellas: les habló del alma sacerdotal, de la posibilidad que tienen de unirse al sacrificio de Cristo y de saber que el altar no está lejos de ellas, está en sus vidas, porque cada uno podemos hacer de nuestra vida un altar con una ofrenda a Cristo.
En un momento dado, los que le acompañábamos observamos algo, algo que no era normal en él, un gesto como de asfixia. Entonces cortamos aquella reunión. Quitó importancia a su situación y emprendimos el camino de regreso a Roma, porque este Centro está como a unos 20 kilómetros de aquí.
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