Tomamos de Fluvium el siguiente texto de Antonio Orozco-Delclós
Es preciso que los cristianos sean muros de contención en este mundo de fugitivos de la Cruz hacia la tristeza. Con la fuerza de la Cruz –aunque pequeña, de ordinario – se conseguirá realizar lo visto por aquel sacerdote santo en la Misa: «Llegó –escribe– la hora de la consagración: en el momento de alzar la Sagrada Hostia (...) vino a mi pensamiento, con fuerza y claridad extraordinarias, aquello de la Escritura: “et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum” (Joann, XII, 32). Ordinariamente, ante lo sobrenatural, tengo miedo. Después viene el “ne timeas”, soy Yo. Y comprendí que serán los hombres y mujeres de Dios quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana... Y vi triunfar al Señor, atrayendo a Sí todas las cosas...» Sólo puede ser así.
Era el 7 de agosto de 1931. A la vuelta de los años, aquella luz cierta no menguó. En la solemnidad de Cristo Rey de 1970, afirmaba de nuevo con vigor: «Cristo en la cumbre de las actividades humanas. Esto es realizable, no es un sueño inútil. ¡Si los hombres nos decidiéramos a albergar en nuestros corazones el amor de Dios! Cristo, Señor Nuestro, fue crucificado y, desde la altura de la Cruz, redimió al mundo, restableciendo la paz entre Dios y los hombres. Jesucristo recuerda a todos: et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum (Ioh XII, 32), si vosotros me colocáis en la cumbre de todas las actividades de la tierra, cumpliendo el deber de cada momento, siendo mi testimonio en lo que parece grande y en lo que parece pequeño, omnia traham ad meipsum, todo lo atraeré hacia mi. ¡Mi reino entre vosotros será una realidad!»
Cfr. San Josemaría, Es Cristo que pasa
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