En el post anterior hablábamos de no confundir Las Vegas con las hermanitas Vega. Que estas últimas son de temer, no porque sean dos, sino porque son de temer. Tengo autoridad moral para decirlo y demostrarlo. Pero hoy me contentaré solo con un pequeño recuerdo de las niñas. Ya saben nuestros lectores que entre las dos juntan veintidós hijos, ocho nietos y medio -por el lado de la rubia todos - y dos maridos excepcionales, uno cada una Dios libre y guarde, sumisos, trabajadores, ejemplares y resignados a su destino.
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Hace algunos años, en tiempos del Presidente Menem en Argentina, se organizó en Buenos Aires un congreso por todo lo alto, para la defensa de la familia y de la vida. Asistía la plana mayor del gobierno y una importante delegación del Vaticano, presidida por el Cardenal López Trujillo.
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Que vamos, que no vamos, que es todo pago por Carlitos (M), al final fuimos. Perdón, fueron…las hermanitas Vega. Quedaron a cargo de la prole los esforzados cónyuges.
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Ellas al Alvear. Suite para las dos, fresones frescos en la habitación antes de bajar a desayunar, jugos frescos “a piaccere”, en fin una vida dura. Recepción en la Casa Rosada, tiempo para compras, etc., etc. Sus amigas fueron unánimes en decir: “¡así se hace!”. Que se lo merecen - aunque podría haber sido más- que por suerte no fueron los maridos, y toda la cantinela del sindicato, solidario y combativo como pocos. La UMTRA debería tomar ejemplo.
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De recuerdo, dos pantuflas con el logo del Alvear, que Jorge, nuestro querido e inefable Jorgito, usó durante toda la secundaria para proteger sus uñas encarnadas y no hacer deportes.
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Concluyo pensando que ni en Las Vegas nos volvemos a sacar la lotería de las hermanitas Vega.