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Pero además es un pequeño homenaje a todos los lectores de la familia, que son muchos y ya desde pequeños. Con qué gusto veo ahora a Álvaro leer los viejos libros de Salgari que leyeron sus hermanos mayores y que leí yo con avidez hace ya tantos años. Es verdad, son los mismos ejemplares, amarillentos, algo desencuadernados, pero siempre esperando para hacer volar la imaginación de los jóvenes lectores.
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Prometo que para Lorenzo, compraremos nuevos. Que de lo contrario, además de decir que soy un machete, no podrá leer ni la mitad de las páginas.
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