martes, 17 de febrero de 2009

Viejita tu abuelita!


Gracias a Ma. Laura y Julio estamos pasando unos días en el Fragata. Dónde hay que esforzarse duramente para pasar mal, incluso en un diluvio como el de ayer, en que se perdió de vista el cantero del medio de la costanera, y ver desde la ventana del 8avo. a los 4x4 levantando olas, era todo un espectáculo.
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Sin embargo, no todo es coser y cantar. Hay cosillas. Y cosquillas. Y unas niñitas -5 o 6 años máximo- que más vale se hubiesen quedado en su casa con su escoba y su varita, viendo crecer su verruga en la punta de sus feas narices.
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Les cuento que me tiré al agua de la pileta (¡Acá decimos piscina, che! En la pileta se lava la ropa. Los que se bañan en la pileta son los que corren en zapatillas y toman mate con facturas. Seguro que no pueden descontar el i.v.a. porque se las comieron. Ah… y en mis épocas manejaban Falcon y Torinos!) La zambullida no fue muy elegante. Rozando la pared en la caída, un foco sub-acuático traicionero, me enganchó el short de baño. Un desgarrón muy desagradable y muy pero muy mal ubicado. Lógicamente, que para eso se pone uno el short. Para no quedar con el c… al aire, ¡válgame Dios!
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Total, que lo único que podía hacer era la plancha. Que me sale bien si nadie está moviéndose a mi lado. Pero la plancha, aunque a los náufragos es lo que les salva, a mi me cansó. Y Empecé a ver de qué manera podía salir de la pileta-piscina. Y no se me ocurrió otra cosa que ir disimuladamente hasta una esquina en la que hay una escalera de bastante fácil acceso. Con el pulgar y el índice sujetando como si fuera un alfiler de gancho el desaguisado, empecé a subir con mucha precaución y lentitud, con cara de autosuficiencia que debería tener mucho de tarado.
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Por allí estaban mosqueando las famosas niñitas de las escobas y las varitas, acompañadas de sus niñeras que de manera cortés la dijeron que me dejaran pasar. Pensarían en un pobre parapléjico, casi para cuidados paliativos. Subí desafiante y siento una voz de pito que dice: “En esta piscina hay demasiados viejitos”. Me di vuelta a ver si estaban mis amigos Algorta, Kiriakidis, Peverelli o alguno de mis hermanos. Pero no, estaba solo. Le pregunté con voz profunda a la guachita de m. “¿a quién le hablaste?”. Y me contestó veloz, señalando hacia una sombrilla vacía con su dedito que voy a ver si se lo corto de un mordisco cuando la vuelva a ver: “¡A él!”
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Nenita, viejita tu abuelita y ya lo serás tú también antes de lo que te crees. ¡Esta juventud está perdida!

3 comentarios:

martin dijo...

jajajaja
buena historia!! me divertì leyèndola... bueno, pa, no te ya sos casi abuelo, hay que asumirlo...

Anónimo dijo...

Pobres niñas, que además del informativo de las ocho tuvieron que presenciar semejante espectáculo!

j.a.varela dijo...

Imberbes!!!

Cefalópodos!!!

Zapallos!!!

Mil millons de mille sabords!!!