viernes, 10 de octubre de 2008

¡Caramba!



En estos días estoy yendo al dentista para un tratamiento que venía aplazando. Al fin me decidí con el empujón de mi querida esposa. Fue un crudo encuentro con la realidad. Mientras la profesional me explicaba el procedimiento me dijo sonriente: “Usted tiene … y cuántos?”. En un abrir y cerrar de ojos me agregó diez años a mi permanencia en este mundo, ya más que cincuentenaria.
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La miré sorprendido aunque no enojado. En realidad divertido. Pero la pobre doctora se puso nerviosa y comenzó toda una serie de comentarios, al cual más disparatado, tratando de arreglar el entuerto. Intentaba por todos los medios justificar la inversión económica, dado que era muy razonable esperar una sobrevida de más de 40 años, y por lo tanto valía la pena, y que la ecuación costo-beneficio y que las técnicas actuales…
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Total, que fue quedando cada vez más claro para mi, aunque no se lo hice pesar, que se trataba de una estimación lo más afinada posible de la expectativa de vida y lo que era razonable invertir de acuerdo a la misma. Afortunadamente no terminó la conversación diciéndome que un poco de masilla plástica y esmalte de uñas al tono sería lo más adecuado. Me está haciendo un arreglo para una sobrevida decorosa.
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Pero saco en conclusión que no es el momento más oportuno para meditar sobre los novísimos. Me pondría nervioso. Por la inversión, ya me entienden.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ja,ja,ja... A mi no me gusta nada ir al dentista.
Me hago cargo de la situación. He ido hace poco.

Contaban el otro día:

Un dentista en su consulta le dice a un madre con cierto tono de impaciencia:

- Sra. le importaría decir a su hijo por quinta vez que bara la boca?

A lo que la madre añade:

- Pepin, cariño, ¿te importaría abrir la boca para que el sr. dentista saque la mano?
Benita