domingo, 12 de octubre de 2008

12 de octubre de 1960

La fiesta de Nuestra Señora del Pilar era la fecha elegida por el Colegio al que fue mi madre, las Domínicas de la Anunciata (hoy el Clara Jackson de Heber) para celebrar las primeras comuniones. Allí me mandó para que me preparara una monjita, la Hna. Irene, que había sido su maestra -no la preferida, que se llamaba Elena pero en ese entonces estaba en Buenos Aires- y un 12 de octubre radiante de sol, luego del ayuno en vigor en aquellos tiempos, recibí por primera vez a Jesús Sacramentado.
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Recuerdo ese día con detalle. Así se lo decía muchos años después, a mis alumnos del Colegio Monte VI, el día antes de sus Primeras Comuniones: “Pasarán los años y se acordarán de este día en detalles increíbles”. Recuerdo todo con inusitado realismo. Por ejemplo, mi abuelo materno, nada proclive a pietismos y beaterías, de corbata de luto desde que murió Batlle –así le veo en mi memoria- me decía de cuidar el tono humano de las conversaciones y comentarios, un par de días antes y luego de mi primera confesión, para tener el alma bien limpia el 12. Otros episodios de mi vida, no los recuerdo de la misma manera, salvo quizás mi casamiento.
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En aquellos días, por la tarde te llevaban de recorrida a lo de las tías viejas, que eran muchas y te llenaban de besos. Debo confesar que lo que más me interesaba de esta ronda montevideana eran los regalos. Dependiendo de la formación religiosa del vejestorio visitado podían ir desde un misal para niños (junté varios), rosarios y medallitas, hasta una linterna. Dado que mis hijos me miran, no comentaré que la linterna me pareció muy oportuna y necesaria. Pero sin duda el regalo de mis padres, un anillo ad hoc, hecho con las alianzas de mis abuelos, fue lo más acorde a la trascendencia de la fiesta.
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Ya no se vestían de marineritos los niños entonces. Pero sí que llevábamos moña en el brazo, nos hacíamos fotos de estudio (que aún están en lo de mis padres) teníamos unas estampas muy bonitas que entregábamos como recuerdos, zapatos como espejos, medias blancas, corbata blanca, traje azul marino de pantalón corto y un pañuelo inmaculado que asomaba, elegante, del bolsillo de la chaqueta.
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Mi recuerdo agradecido para todos los de aquella época, a la Hna. Irene con el catecismo de preguntas y respuestas que hasta hoy recuerdo de memoria, y a todos los demás de la familia y amigos, que me brindaron cariño y ahora están en el cielo seguramente.

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